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martes, enero 09, 2007

Una nueva era.

Estamos viviendo una nueva era; caracterida por los grandes avances tecnológicos que están dando origen a una nueva cultura, con nuevos contenidos ideológicos, con un nuevo lenguaje y con nuevos comportamientos psicológicos de las personas.

La cultura informática, íntimamente ligada al proceso de revolución tecno-científica genera profundos cambios en la vida de las personas. Emerge la “cibersociedad”, la sociedad de la información como actividad y como bien. La sociedad digital de la información es la era del aprendizaje, puesto que el ciudadano está en una permanente actitud de apertura a nuevos conocimientos, a nuevos esquemas de pensamiento, a nuevos modelos teóricos y científicos.

En esta era de la informática y de los grandes medios de comunicación, surge el fenómeno de la globalización, que viene a hacer más fluidas las relaciones económicas, políticas y sociales. Pero, una vez más, se comprueba que el progreso tecnológico es ambivalente y no siempre coincide con el progreso moral de los pueblos. Vivimos así una cultura que corre el peligro de hacer olvidar a las personas su trascendencia, de encerrarlas en el individualismo, en el anonimato y en la despersonalización. Una cultura sin alma, sin referencia a la verdad y a los valores morales. Una cultura en la que todo se vuelve relativo y la realidad se vuelve una realidad “virtual”, es decir, producto de los recursos tecnológicos y creada a base de sensaciones.Hay, sin embargo, dos premisas a favor de la Iglesia. La primera: la naturaleza humana es la misma desde los orígenes y no sufrirá ninguna mutación esencial a pesar de todo el progreso tecnológico. La Iglesia es “maestra en humanidad”. Así, aunque tampoco nunca podemos estar seguros de lo que somos capaces, ni en el orden del bien ni en el orden del mal, la salvación que Jesucristo nos ofrece nos garantiza la posibilidad de superar el mal. Esta es la segunda premisa: que Cristo ha vencido el poder del mal.

La Iglesia se debe preparar para enfrentar los riesgos de la modernidad. El impacto de los avances tecnológicos no debe significar una crisis para la fe. Por el contrario, la Iglesia se debe esforzar por entablar un diálogo con el mundo y con las nuevas culturas y hacerse presente con el anuncio del Evangelio en los nuevos areópagos.El reto para la Iglesia en el nuevo milenio es cómo lograr que las nuevas tecnologías sean usadas para el progreso y desarrollo de las personas, para la transmisión de los valores morales, para establecer relaciones interpersonales y crear comunidades reales, para anunciar a Jesucristo vivo y proponer la fe.